Inés Murray Tedín Puch de Arostegui | La dama de hierro

Inés Murray Tedín Puch de Arostegui es la capitana de una incorrectísima familia de polistas. El personaje que logró instalarse entre los más populares de Viudas e hijos del rock & roll construye su éxito desde los extremos. Una caricatura perfecta de Verónica Llinás, responsable de la inimputable “Inesita”.

Como para tantos otros, el Parakultural fue un trampolín para lograr experiencia y visibilidad, y finalmente la televisión le dio la popularidad. Verónica Llinás fue parte de “Las Gambas al Ajillo”, uno de los grupos teatrales que tuvo su auge dentro movida cultural en los primeros años de la democracia, y como Humberto Tortonese, Alejandro Urdampilleta, Alfredo Casero o Mariana Briski, la pantalla chica abrazó su talento.

Tras años secundando a Antonio Gasalla a lo largo de sus programas de sketch, y con participaciones destacadas en ficciones tan diferentes como Buenos vecinos, Kachorra o En terapia (donde dejó aflorar sus cualidades para el drama), la actriz tiene en sus manos a un rol memorable para su carrera, y sobre todo para el televidente. La “cogoutuda” de Viudas e hijos del rock & roll es una de las perlas más lustrosas de ese collar.

Mérito compartido con los autores de la ficción (Ernesto Jorovsky, Silvina Fredjkes y Alejandro Quesada), Inés gracias a Llinás es la burla a la dama patricia, la mujer de la beneficencia, la presidenta del club de la moral. En la parodia, el personaje destila toda su acidez y va a fondo: se mete con “los cabecitas negras”, los inmigrantes, los pobres, los mal vestidos, los homosexuales, los judíos, los “comunistas”, y la lista continúa. Un arquetipo que busca hacer leña de una figura bien conocida en el folclore peronista versus la llamada oligarquía. La diva maldita de un cuento criollo que pega en la historia argentina.

Detalles: Inés se maravilla con la fotografía de la reina de Inglaterra. Inés está segura de la superioridad de su buena clase, aunque sabe que la mancha familiar viene por el lado masculino al que acusa de “mucameros”, por el hábito de saciar sus bajos instintos con el personal de limpieza. Inés cree que entre ella y las familias de la aristocracia europea no hay grandes diferencias, aunque jamás reconocerá que vive en la casa de su hijo “de prestado”.

Inés es apariencia, la estela de aquello que fue, la cara que no se resigna a bajar de un estatus que nunca tuvo, una reliquia de los “viejos buenos tiempos”. La mofa a los que solo les quedó el apellido, fósil de una estirpe en extinción.

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